Fundación César Manrique

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Los entusiastas de la arquitectura se verán cautivados por la excepcional edificación que alberga la sede de la Fundación César Manrique. Conocido como El Taro de Tahíche, este magnífico edificio se sitúa en el pintoresco pueblo de Tahiche, donde César Manrique residió durante más de dos décadas. El término «taro» evoca un estilo constructivo indígena, caracterizado por su base circular y un techo abovedado, que originalmente servía como refugio para pastores y como secadero de productos alimenticios. La Fundación César Manrique, una institución cultural privada y autosuficiente, tiene como misión salvaguardar las artes plásticas y los valores culturales y medioambientales de Lanzarote. Además, fomenta el estudio, la reflexión y el diálogo sobre el legado artístico de Manrique, asegurando la difusión de su obra. Como pintor, arquitecto y escultor, Manrique se propuso transformar Lanzarote, la menospreciada joya del archipiélago, en un destino de gran interés.

Esta residencia, erigida en 1968, es un testimonio de su estilo arquitectónico distintivo. Los visitantes tienen la oportunidad de apreciar cómo Manrique fusionó arte y naturaleza, respetando al mismo tiempo el paisaje y las tradiciones locales. La vivienda abarca 3.000 metros cuadrados, mientras que su terreno se extiende a lo largo de 30.000 metros cuadrados.

La Fundación, inaugurada en marzo de 1992, seis meses antes del fallecimiento de Manrique, incluye la antigua vivienda, las áreas de servicio y los garajes. Uno de los aspectos más fascinantes del edificio es su ubicación sobre la lava resultante de erupciones volcánicas que ocurrieron entre 1730 y 1736. En la planta superior, se logra un delicado equilibrio entre la tradición arquitectónica vernácula y la modernidad de ciertos elementos funcionales, donde se encuentran el salón, el cuarto de estar, una habitación para invitados, el dormitorio de César Manrique y la cocina.

La planta inferior de la Fundación César Manrique se erige como un testimonio sublime de la inquebrantable pasión del arquitecto por entrelazar la arquitectura con la esencia de la naturaleza, ya que su diseño gira en torno a cinco burbujas volcánicas, ingeniosamente transformadas en espacios habitables. Manrique, con su visión única, estableció conexiones entre estas burbujas a través de túneles excavados en el basalto, dotándolas de elementos fascinantes como una piscina, una pista de baile y una barbacoa, que invitan a la interacción y al disfrute.

La edificación despliega detalles impresionantes, como las ventanas que permiten el paso de la lava, creando una fusión casi mística entre el entorno construido y el volcán, desdibujando las fronteras entre ambos. El contraste visual entre el negro profundo de la roca volcánica y el blanco radiante de las paredes se manifiesta en toda la estructura, acentuándose en las áreas donde la roca conserva su tonalidad original en la parte superior, mientras que en la inferior se pinta una franja blanca que actúa como un elegante zócalo, visible en la piscina. En este mismo espacio acuático, el ingenio de Manrique se hace evidente al reutilizar la materia lávica para erigir un puente que conecta los elementos de su obra.

En el jardín, el mural de piedra volcánica y azulejos , se convierte en un punto focal que completa la visión naturalista de Manrique.

Sin lugar a dudas, la visita a la Fundación César Manrique es esencial para comprender la magnitud de su legado.